Está bien, para pasar un rato. Pero, ¿es el bestseller literatura de usar y tirar? Esa ballena, que calificamos bestseller, es el gran atractivo en la ensenada de las librerías, adonde marchan los compradores sedientos por momentos de placer, por el clímax encerrado en obras etiquetadas “otro éxito del autor de…”. Eso es: bestsellers, en una definición precisa, no son los libros, o autores, que venden más — lista encabezada por la Biblia y el Quijote —pero los que venden mejor, es decir, con más rapidez y facilidad, y que entretienen a un publico que, si no fuera un libro de Michael Crichton sobre dinosaurios, no leería nada — nada en absoluto.
Ocio disfrazado de literatura, y ¿nada más? Son 300, 400 páginas, a veces más, llenas de aventuras, misticismo, política, crimen, amores y un final, casi siempre, feliz. Además, es cierto que uno aprende algo leyendo a un thriller jurídico de John Grisham o en un viaje por la historia del Egipto de Christian Jacq. Leer bestsellers, aunque no sea literatura, no hay por que ser tiempo malgastado. Y, leer algo es mejor que no leer nada.
Desde el renacimiento de las letras, en la Edad Media, han habido autores de bestsellers. El filósofo alemán Schopenhauer condenó al escritor “que necesita dinero, y por eso escribe. Está engañando el lector porque escribe con el pretexto de que tiene algo que decir”. Era el siglo XIX. Sin embargo, por justicia a la historia de las letras, bestsellers son olvidados. En artículo reciente en la e-zine Salon (www.salon.com), el crítico americano Anthony Brandt sugiere que los autores de bestsellers encuentren una extinción precoz porque son escasos los artículos, ensayos y tesis universitarias relacionadas a sus obras. No son tomados en serio por la crítica y por los estudiosos. Sin credibilidad, la obra deja de correr los siglos, deja de ser inmortal. No llega a tornarse literatura.
En contrapartida, los autores de bestseller suelen tomar en serio sus libros. Al responder sobre su popularidad entre lectores y descaso de la critica, Stephen King dice que los lectores son los que tienen la razón. En 1999, demuestra Brandt, solo seis artículos académicos fueran publicados en EE.UU. sobre Stephen King, contra más de 114 sobre la escritora, galardonada con un Nobel, Tony Morrison.
Y hay autores a los que el éxito poco importa. Como a Arturo Pérez-Reverte, que se pone serio cuando habla del mar, pasión involucrada en su sangre. La Carta Esférica (Alfaguara/Madrid, 590 págs. 19 euros), su último libro, es una novela ambiciosa, divertida, repleta de datos históricos y escenas veloces. Una novela detallada, cartográfica, impecable, y sin duda un bestseller, me temo decir. Tras los sucesos de La Piel del Tambor y El Club Dumas (transformado en la película La Novena Puerta por Roman Polanski, protagonizada por Johnny Depp, y ahora en Brasil con el titulo O Último Portal), sus libros han vendido millones de copias en todo el mundo. Es que al éxito se duda y al bestseller se sospecha.
Pero cuanto a Arturo Pérez-Reverte no hay sospechas. Él ha gastado los tres últimos años de su vida desarrollando La Carta Esférica, un proyecto que abarca un grande manantial de informaciones: cartas náuticas, leyes de navegación, la historia de la escuadra española en el reinado de Carlos III — más de una treintena de libros para hacer Coy, marino desterrado y héroe de La Carta Esférica, izar las velas y buscar tesoros, en una historia bien contada sobre el rescate de buques náufragos, un negocio millonario que abre puertas a una imprevisible y cinematográfica aventura.
El crimen de un bestseller, y de La Carta Esférica, es el hecho de no contener pensamiento postulado, la reflexión del autor, de su ser, pensar, representar el mundo. Es tan sólo un conjunto de ideas, datos y personajes entramados por una dificultad central a ser solucionada en un proceso entretenido y magnético, por lo cual el lector navega dopado, descontrolado como en un sueño. Una sensación magnífica y seguramente inigualable. ¿Por qué resistirse a ella?